Desde que los sectores populares emergieron como un actor relevante en la escena
social, la historia de Chile ha sido jalonada por asonadas en las que se ha expresado su
descontento, protesta y reivindicaciones.
El motín, la irrupción espontánea y más o menos violenta de peones, jornaleros y
trabajadores de baja calificación laboral, fue un fenómeno común durante el siglo XIX.
Mineros de la plata y del carbón, trabajadores de las guaneras, pampinos de las salitreras,
gañanes empleados en el tendido de líneas férreas y otros grupos asimilables al peonaje,
recurrieron a menudo a estas expresiones “primitivas” de rebeldía social1.
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