La reivindicación de la literatura regional
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y escritor
Desde hace dos décadas a esta parte, de manera perseverante y apasionada, vengo realizando una labor de creación literaria en procura de rescatar, reescribir y poner en valor hechos, hitos y personajes de nuestro imaginario local, bajo la mirada de la Literatura de la Memoria, la cual procura contemporanizar los sucesos de otrora. Debo consentir que durante este periplo me ha movilizado un principal interés: de que las nuevas generaciones puedan descubrir, reflexionar sobre nuestra cultura, y, además, cultivar una predisposición favorable a la transformación social.
Es evidente que para algunos abordar la literatura nortina orientada a los jóvenes puede parecer un asunto embrionario y poco habitual, ya que, pese a las obras editadas por algunos artífices y los eventos plasmados por diversos organismos públicos, aún la poética regional se haya emplazada en un segundo plano del currículum escolar, por tanto, ella no ha sido incorporada de modo sistemático en los procesos educativos.
Si hacemos un examen rápido de los contenidos y las actividades que se llevan a cabo tanto en Enseñanza Básica como Media, nos daremos cuenta de que prevalece una buena cantidad de lecturas que no pertenecen a autores regionales, y los pocos que se estudian, a nuestro juicio, se hace fuera de su contexto histórico-social, esto conduce a prejuzgar que tal cuento, obra de teatro o poema es un logro casi excepcional dentro de la producción de la literatura nacional.
Lamentablemente, aparte de no otorgarle valor a la enseñanza de la lectura literaria como una actividad relevante en la formación de la sensibilidad estética, social y humana, tampoco se considera a las obras regionales como un medio para desplegar la capacidad creadora, reflexiva y critica del educando.
Podemos aventurar que, en general, la actitud de los educadores resulta ser pasiva y resistente a la utilización de temáticas literarias pertinentes con nuestra cultura, la que en diversos aspectos conlleva a una formación integral. Es muy posible que, a consecuencia del antiguo y arcaico paradigma impuesto por la institucionalidad educacional, los maestros estén más preocupados por el cumplimiento de las materias y programas obligatorias, en lugar de explorar la esencia de aquellos elementos culturales relativos a nuestra historia, memoria e identidad. Por ejemplo, poco o nada sabemos de insignes escritores como: Luis González Zenteno, Osvaldo López, María Elena Getner, María Monvel, Baldomero Castro, por citar algunos antiguos
Desde otro punto de vista, advertimos que, a lo largo de toda la trayectoria educativa, nuestros estudiantes no logran tener un hábito de lectura, ni menos la capacidad de redactar, ni de exhibir una sensibilidad estética, social y humana. Esta debilidad cognitiva y emocional se refuerza en la enseñanza universitaria, principalmente cuando aquella, de acuerdo con los preceptos neoliberales, está dirigida, exclusivamente, a formar profesionales destinados a producir en el mercado, es decir una enseñanza divorciada de todos los valores y conceptos humanistas.
Quienes ejercemos el rol de educadores, en ocasiones nos vemos enfrentados a un conjunto de problemas comunes: la existencia de un alumnado que adolece de una riqueza léxica, con dificultad para comprender los conceptos, que usa incorrectamente las normas ortográficas, con inconvenientes para redactar, con una escritura poco clara, con una falta de argumentos para mantener un debate o exponer sus ideas de manera pública. Sin duda, en este punto es necesario que los directivos educacionales y el profesorado asuman la responsabilidad de desarrollar en los aprendices la competencia lectora y la articulación de una lectura comprensiva. Al fin y al cabo, la misión de la escuela no es forjar, excepcionalmente, lectores amantes de la literatura, sino lectores competentes. Esta premisa proviene del factor comunicativo que engloba el lenguaje. En ese marco, el docente es gestor de la competencia comunicativa y de la competencia lectora, porque sin comunicación ni comprensión no puede existir aprendizaje.
Luego de esta digresión, volvamos al eje central: la literatura con pertinencia regional. Opinamos que, por razones pedagógicas y políticas, es un deber reivindicar una mayor presencia de la literatura propia de cada región, tanto en la vida cultural de la misma como en sus currículos educativos, con el objeto de que ella no sea anulada, escamoteada ni aniquilada por omnipresencia de una literatura mayor, de carácter global que niega las diferencias y particularidades regionales. Al respecto, bien sabemos que, la literatura como una forma artística de comunicación, nos permite expresar ideas y/o sentimientos con una finalidad concreta que en nuestra situación nos puede servir como una forma de recordar, conmemorar y/o celebrar la historia y las tradiciones de esta colectividad.
Para concluir, de manera sucinta, propongo que en este terreno el Estado y todas las instituciones educacionales procuren, entre otros fines:
1.- Propender a la creación de una expresión literaria regional, en este caso, narrativa, dramática y lírica, destinada a los niños, niñas y jóvenes de todos niveles educacionales de la Región de Tarapacá.
2.- Potenciar una literatura que ponga en relieve personajes, situaciones geográficas, testimonios y todo el bagaje y legado cultural correspondiente a la memoria colectiva, asociada, por supuesto, no tan solo a problemáticas del pasado lejano, sino también del cercano.
3.- Fomentar la creación y difusión de un relato privativo, el cual pueda abarcar todas las nociones posibles: desde la etnoliteratura hasta la literatura de tradición oral. Así también, conceda espacio a la más amplia gama de intenciones particulares, a partir de la recuperación de lo tradicional histórico o folclórico hasta la literatura intima, psicológica y fantástica, con significado local.
*********************
Mis grandes deseos culturales para el 2023
Iván Vera-Pinto Soto
Cientista social, pedagogo y escritor
Cuando estamos en la proximidad de recibir un año nuevo, es normal que la mayoría de las personas ansían que ocurra algo fortuito en sus vidas, familias y entorno social. En mi caso, siempre acostumbro a exteriorizar mis altas intenciones en el plano cultural para nuestro territorio.
Pues bien, revisemos los anhelos que atesoro con intensidad en mi mente para el 2023. El primero, se refiere al establecimiento de una política de desarrollo nacional y regional que sea, más allá de la retórica del discurso oficial, profundamente sensible a la cultura misma. Esto conlleva a que los organismos estatales responsables de este ámbito compongan nuevos canales de comunicación con otros sectores de desarrollo del Estado, con el objeto de darle sentido a las políticas públicas, como también para establecer articulaciones que procuren la comprensión del desarrollo de una zona como un proceso eminentemente cultural.
En esa línea, suponemos que en la medida que este sector se fortalezca, se podría garantizar que la cultura determine el rumbo del desarrollo y que, al mismo tiempo, se convierta en el eje articulador de todas las demás áreas involucradas con esta problemática. Para tal efecto, estimo que el gobierno precisa realizar acciones que permitan valernos de la cultura como el principal recurso para lograr el desarrollo y la gestión de las urbes. En el fondo, deseamos que las actuales autoridades se comprometan a introducir en el seno de la comunidad una vida cultural de carácter dinámico y de ambiente urbano de calidad, elementos que coadyuven a la cimentación de ciudades sostenibles. Por supuesto, todo ello exige que el poder ejecutivo implemente un nuevo paradigma dentro de los organismos públicos, el cual garantice que la cultura sea considerada no como un medio, sino como el fin del desarrollo de Chile.
Debemos saber que, los argumentos y prácticas culturales en diferentes latitudes donde el Estado ha asumido la cultura como palanca del desarrollo social, recurren a un modelo de sostenibilidad cultural que tiene como principales factores: la equidad social, el respeto al medio ambiente, la economía responsable y la vitalidad cultural. Desde esa óptica, la cultura se plantea como un agente del cambio social y del empoderamiento comunitario, mediante instancias participativas que incluye a todos los actores sociales, agentes de transmisión intercultural entre diferentes redes sociales y contextos urbanos.
En segundo lugar, en concordancia con lo predicho, deseo que las autoridades propongan una asociación entre los procesos participativos de formulación de políticas culturales y la toma de decisión política. Esto presupone la articulación de operaciones que posibiliten, en forma real y efectiva, la construcción de políticas participativas y democráticas.
Además, apelamos a que el Estado exprese su voluntad de realizar una inversión sustancial en cultura, con la finalidad de potenciar las capacidades de gestión e infraestructura. Tomemos como modelo la estrategia adoptada por algunos países europeos, quienes, de un tiempo a esta parte, han llevado a cabo una fuerte contribución financiera en la industria cultural y el turismo, con el objetivo de disponer de mayores ingresos para sus economías.
En tercer término, discurro que los gobiernos regionales y comunales deben enfocarse en la creación de un “Plan Estratégico Cultural Regional”, el cual posibilite la planificación, ejecución y evaluación de acciones mancomunadas y coordinadas entre todas las instituciones públicas, privadas y las organizaciones de base (agrupaciones culturales independientes, sindicatos, juntas de vecinos y otras instancias sociales), cuyas políticas y misiones se hayan vinculadas con el quehacer cultural, en el sentido más amplio de la acepción; poniendo el énfasis en aquellas líneas de trabajo que demuestran sólidas fortalezas, conocimientos y experiencias en la zona de influencia.
Este plan debería constituirse en el núcleo de la discusión democrática y necesariamente debería estar sustentado en aquellos elementos que conforman parte de la identidad cultural nacional y regional. Por supuesto, esta trama debería exceder el patrimonio de las Bellas Artes; es decir, convendría trabajar con una idea totalizadora de cultura que despliegue las múltiples capacidades de intervención en la conciencia ciudadana.
El ejercicio enunciado, obviamente, nos permitiría transitar del actual estadio, dentro del cual prevalece el activismo cultural, fragmentado e inorgánico (pese a la existencia de una institucionalidad cultural instalada), a un nuevo orden de perfil orgánico e integral. Esto supone presentar nuevos lineamientos en los esquemas organizativos y de funcionamiento de los modelos de gestión comunal, con el fin de conseguir un desarrollo local que sea sostenible para los ciudadanos y ciudadanas, ligados a valores culturales representativos del país y de cada región. A nuestro entender, ese debe ser el norte y el desafío de la gestión en esta área. En otros términos, se debe orientar todos los esfuerzos e inversiones en programas a largo y mediano plazo, los que, realmente, dejen un legado para las generaciones venideras, evitando así la reiteración de una multiplicidad de eventos cuyos resultados e impactos, habitualmente, no son evaluados ni exhiben continuidad en el tiempo.
Una cuarta aspiración dice relación con garantizar a la población los derechos culturales, el acceso a los bienes y servicios culturales, la libre participación en la vida cultural y la libertad de expresión artística. Asimismo, rescatar, poner en valor y difundir nuestras culturas identitarias para transmitir su riqueza a los niños y los jóvenes, pues ellas contienen el activo esencial para nuestro bienestar y el de nuestros descendientes.
Un quinto anhelo. Solicito que el Estado apueste, de manera urgente y esencial, por una “educación para la cultura”, entendiendo que ella permitiría la realización de la existencia humana en todas sus formas y dimensiones para conseguir la plenitud y la felicidad de todos y todas. Una “educación para la cultura” debe ponderar la hipótesis que la educación y la cultura no se asimilan separadamente, sino por el contrario, en conjunto: aprendemos, creamos, recreamos la cultura desde todos los espacios de la vida cotidiana. Esta disposición hace factible que surjan sujetos activos, reflexivos-críticos, protagonistas de los procesos creativos y, sobre todo, con la capacidad de respetar las diferencias. Por este motivo, demandamos al actual gobierno y a los miembros de la convención redactora de la nueva Constitución Política consideren cambiar los fines de la educación neoliberal de “producir” profesionales para el mercado y no para su desarrollo integral.
Imagino que la escuela debe ser el espacio para descubrir conocimientos, sentir placer y cultivar los valores. Una escuela donde exista un equilibrio entre maestro y alumno, para así acabar con la relación entre “el que sabe y el que no sabe”, “el que manda y el que obedece”. Necesitamos educadores convencidos de que una nueva escuela es posible, donde ellos no sean jueces ni dueños de la verdad, sino facilitadores que acompañan los procesos de aprendizaje.
Por último, tengo el convencimiento que bajo la dinámica denominada “democracia cultural” se puede encauzar la participación organizada de la sociedad civil y, paralelamente, orientar a los organismos estatales en la promoción y la difusión de la cultura, a fin de que puedan identificar y determinar, de mejor modo, las prioridades culturales locales. Igualmente, esto permitiría concertar las inversiones reales que se necesitan para el desarrollo cultural que permitan elevar la cantidad y la calidad de los proyectos ciudadanos y para resolver los problemas ya identificados, tales como: infraestructura, empleabilidad, derechos de propiedad intelectual, fortalecimiento de espacios, asignación de recursos financieros y humanos, entre otros tópicos.
También, se podría promover la iniciación de estudios para medir en lo posible su eficacia e impacto social de los proyectos, y entender, al fin, su contribución en el desarrollo social de la región. Estos estudios podrían contribuir al desarrollo de estrategias concretas, dentro de los programas rediseñados, para crear nuevas audiencias, ampliar y afianzar las ya existentes, para fortalecer, en última instancia, la participación ciudadana en las culturas y las artes al interior de la comuna y región. Y, por último, conjeturamos que este paradigma puede allanar el terreno para que las políticas estén vinculadas con las expectativas sustantivas que tiene la ciudadanía. Esto contribuiría también a la creación y afianzamiento de públicos culturales en las regiones, y, por tanto, a una mejor recepción de las medidas contenidas en las políticas culturales formuladas por el Estado chileno.
Pese a que muchas veces existen dificultades para que se cumplan los sueños; empero, procuro mantener latente la esperanza que un día, ojalá no muy distante, estos se materialicen, principalmente, para beneficio de las grandes mayorías que aún viven divorciadas socialmente de la cultura. ¡Feliz año!
**************