El autor:
Nació en Pampa Grande, Florida, Santa Cruz, en 1961.
Estudio la Carrera de Literatura, fue Ayudante de Catedra del escritor Jaime Sáenz.
Entre sus obras figuran: Nel umbral, 1986. Cuento y poesía boliviana, Colección Premio, Editorial Universitaria, Oruro. Presentación en España, de la novela Anahi, la tejedora de sueños, 2005.
Cuando supe que el Francisco, el tercero de mis hermanos, había muerto, no tuve más remedio que enfrentar mi destino. Si yo también moría sería porque’ sa era la voluntá de Dios.
El primero de mis hermanos murió sufriendo. Me acuerdo clarito, como si haiga siu ayer. Un dia’pareció con el cuento de que se iba a morir porque’staba embrujau. Dijo que le habían leído en coca y que así salía. Primero yo no le hice caso, me parecían chanzas y mafien le dije que se callara, que lo unicó que iba a conseguir era llamar de verdá a la muerte; y así fue.
A los tres días apareció con unos dolores en su estomago y decía que sentía como si tuviera un q’irquincho rasguñándole sus tripas. Su mujer, Emerenciana, dice que le dio mates de todo; hasta de tabardillo, y nada que le calme’l dolor. Seguía revolcándose como víbora en arena quemante. Sudaba mares y a cada rato se desmayaba. Todos los que venián a verlo decían que tenía mal puesto. El día viernes, día malo, se puso pior, gritaba y pedía que no dejemos que se lo lleven los diablos. Al verlo tan afligido nos fuimos ande doña Damiana, la curandera, pa que venga a verlo.
Ella vino rapidito. Mientras lo soplaba con alcohol y qollquemilb, se iso a rezar tres credos. Termino y pidio un tiesto llenito de brasas. dIoco sobre las brasas todo pa que se queme. Al medio del qóllquemillo fueron apareciendo unas figuras que solo ella podía leyer. Sacudió su cabeza mientras nos decía:
-Ya el diablo está en poder de su alma, se va a morir nomás.
Duro todavía esa noche, hasta’ntesitos de que canten los gallos. A ratos se levantaba y escapaba y ni entre cuatro hombres lo podían sujetar, pero no se iba lejos, llegaba hasta el traspatio y se volvía, formalito, y nos pedía disculpas por todo. Rato antes de morir le calmó el dolor y se le perdieron las ganas de escapar. Nos llamo a toditos. Nos dio su perdón y, al Medardo, el segundo de mis hermanos, le encargo todo: -Como no tenimos tata, vos tenis que quedarte en vez de mi y cuidar a tus hermanos menores. Como no tenis mujer, tenis que quedarte con la mía pa cuidar mi’jo: Dios dispuso así las cosas.
Dijo eso y se murió.
«EI me dejo una carga muy pesada; una herencia que la tendría que cargar durante mucho tiempo; primero esperando ver si se morían los demá sy dispués esperando mi turno… «
El Medardo recibió a la viuda sin nadita de resinnación parecía contento, ella también. La mujer, sin esperar siquiera el año, se sacó e’luto. Cuando ella hizo eso, nel pueblo empezaron a nacer como malvas rastreras los rumores. Unos decían que’ntre’llos lo habían embrujar al Emerejildo pa quedarse juntos. Otros decían que’ra de respeto al muerto que’lla se saque’l luto antes de tiempo. Los demás escuchaban y aumentaban el rumor.
Yo no podría dar fe a lo que decían los rumores. Tampoco evidenciar que supe o vide que’llos trataban cuando el Emerejildo estaba vivo. Hasta’lgunos dijieron que sus amores eran de antes, desde cuando ellos eran muchachillos. Dijieron que’l Medardo le sabía salir al paso cuando ella iba’l potrero a dejarle comida a su papá. Dice que se metían bajo de las guañunas y se revolcaban cuantas veces podían. Dice que a veces, cuando ella se iba a pastiar sus ovejas, el Medardo la distrayia en las pampas cantándole coplas pa entretenerla. En veces, cuando el Medardo tenía mucha urgencia, dizque tamén le salia’l paso cuando bajaba’l riu, tardecito, a recoger agua en su tinaja. Se revolcaban de lo lindo en medio de las guañunas, a la orilla de la playa.
Seguramente sin saber eso, el Emerejildo se prendo de’lla y, como era el hermano mayor, se metió nomás. Y si es que sabía’lgo, se confió nel respeto que le debía tener el Medardo por ser hermano menor. Pero mire usté cómo son las cosas, Dios todo lo ve y lo castiga, él no pudo estar mucho tiempo disfrutándola. Le llego la hora de rendir cuentas a Dios.
Por esas fechas aparecieron los cambas, venían subiendo llanura, eran como unos cincuenta, estaban armaus, pero nos dijieron que’llos no eran bandoleros, sino que más bien vinieron a defendernos de los collas que’staban bajando desde’l altiplano. Llamaron a los que’stuvieran maltones, que ya pudieran combatir y los convidaron a plegarse a ellos pa que ayuden a defender las tierras, los animales, las mujeres y los muertos. El Medardo se fue con ellos. Algunos decían que’ra su destino ir en busca de la muerte porque así estaba escrito. Con decirle que ni tuvo remordimientos de dejar un hijo nel vientre de la Emerenciana.
Nos contaron que los cambas, en Ch’ajraguayk’o, se’ncontraron con los collas y se armó la tole-tole. Las balas silbaban contrita de las orejas y los hombres se metían en cuanto joyo encontraban pa guarecerse; las balas cayian como lluvia. El combate duró como dos días y, al cabo de’se tiempo, quedó una tendalera de muertos en ambas partes. El bando más perjudicau salió a ser el de los cambas y, de los que se salvaron, los que pudieron, escaparon por el monte. Algunos retrocedieron hasta el Mataral y desde ai tomaron rumbo a Vallegrande. Otros cortaron camino a San Juan del Potrero, endilgaron a Santa Rosa, descolgaron al riu Blanco y se fueron a su tierra.
Unos cuantos se vinieron hasta el pueblo y quisieron hacer desde aquí su defensa aprovechando que´l pueblo esta nuna laja inmensa desde donde se domina todo el lugar. La gente, al saber que los otros trayían morteros, no los dejaron por miedo a que’l pueblo desaparezca nel combate. Así que los cambas se fueron rumbo a Los Negros: querían ganar Agua Clara, llegar a la Junta de Mairana, por ese riu llegar a Tres Quebradas y de ai descolgar hasta la llanura.
Tras de’llos llegaron los collas; eran jartos. Se posisionaron del pueblo y nos convocaron pa decirnos que los bandoleros eran los cambas, que’llos venían a ayudamos y a defendemos, así que tuvimos que darles de comer ingual que a los otros.
Del Medardo ni noticias. La gente decía que de haber quedau vivo lo más seguro era que se fue a otra parte pa olvidar lo de su hermano. Mi mami creyía que como él conocía bien el trecho, seguramente’staba en algún lugar, oculto, esperando a que los collas se vayan. Pero no fue así: un hombre, que no pudiendo aguantar la hedentina de los muertos que dejaron regaus nel campo de combate ambos bandos y desesperau de ver que sus perros se iban tempranito a comer carne humana y volvían al atardecer, llenotes, con su panza llegando al suelo, tuvo misericordia de’sos muertos y se propuso a darles cristiana sepultura a los que pudo; ese hombre nos aviso del Medardo. Dice que vido uno que se parecía a él, lo enterró pandito nun lugar visible y mando a su hijo a que nos avise. Fuimos a ver, lo desenterramos y era él. Lo trujimos al pueblo pa enterrarlo nel cementerio como a cristiano y así salvar a su alma de vagar en busca de descanso.
«la Einerciana era viuda por segunda vez y todavía quedábamos dos hermanos más pa cumplir con la Ley, nos guste o no…»
Esa muerte no levanto sospechas porque fue’l acaso el que lo mato, pero el Francisco, el tercero de mis hermanos, tenia recelo de que muerte cargue también con él. Mi mami intervino pa convencerlo:
-La Ley nos mantiene unidos y nos protege; tenis que respetar la Ley.Si la Ley se llegara a romper, hasta Dios se puede olvidar de nosotros.
El Francisco, pesar de que ya tenía su vida casi hechia y estaba a punto de matrimoniarse con una mujer del Pacay, tuvo que recibir a la viuda resinnación. Además, el tenia que cuidar a los hijos de la viuda porque´ran sus sobrinos y no tenia por que malquererlos ni aborrecerlos.
Mire como son las costas, cuando la gente’sta sin oficio busca qué hacer, empezaron a’postar sobre la vida del pobre Francisco. Apostaron que a más tardar un año y se moría porque la viuda era qhecha. De’sas apuestas y esos decires nacieron rumores más grandes. Algunos comentaban que se’staba’cercando el fin del mundo y que’sas eran señales pa ver si todavía estábamos cumpliendo con la Ley. Otros decían que’ra cosa del demonio porque desde que vino el padre Cabot y lo hizo reventar tres veces al diablo en la plaza y el pueblo quedo como dos meses oliendo a vivito infierno, no se había visto eso de que una familia se vea obligada a cumplir con la Ley. El cura’polinar salió al diciendo que’lla era el puritito demonio disfrazau de mujer y que se que tenía que hacer algo antes de que Dios mande un castigo divino por convivir con un mensajero de Lucifer.
Mientras ellos planiaban qué hacer, sobrevino la otra muerte.
Al Francisco lo encontraron en la playa, tindiu de baniga, nel suelo a’lau de un pozo. Al principio la gente creyó que’sa muerte tenía que ver con la peste que apareció esos días nel pueblo. Las vacas, los burros, los caballos, las chivas, las ovejas y lasta los chanchos aparecían con calenturas y, si uno dejaba que tomen agua del riu, se morían al momento. Las vacas se bajaban desde los picachos altos a tomar agua del riu y se morían en la playa.
El Francisco estaba como queriendo tomar agua de un pozo. Su mujer dijo que él había estado sano y bueno, que había ido hasta potrero de don Flores a prestarse un yugo pa trabajar porque quería tener listas sus tierras pa cuando lleguen las primeras lluvias. Ella tamen dijo que no dio señales de querer morirse porque’lla no había escuchau en las noches los aullidos de los perros y tampoco escucho que su alma desandara. El Francisco se murió sin avisar.
No fue más que’lla dijiera eso pa que la gente salte diciendo que, como la muerte del Pancho fue sin anuncios, no era una muerte natural, así que a ella la’cusaron de ser la muerte’n persona y que se’staba llevando a las almas de los pampagrandeños sin que sea su hora. Por esos hechos, al Pancho lo llevaron a velar en la iglesia pa impedir que’l diablo se lleve su alma. La gente se brindó a vigilar toditita la noche cuidando que no aparezca Lucifer y sus ángeles a cobrarse lo que no les correspondía.
«Yo no sabría decir cómo me sentí cuando murió el Francisco, el tercero de mis hermanos; el prósimo soy yo. La viuda y sus tres hijos, mis sobrinos, son la herencia…»
Solo por romper la Ley, días antes de que muriera mi hermano estuve a punto de ir a Tembladeras a robarme una muchachilla y traírmela pa mi mujer y así poder salvarme de recebir esa carga que se llama Emerenciana, pero no me animé. Yo creu que lo que me dijo mi mama fue lo que me convenció a esperar:
-Yo mi soñau que a esa mujer el destino la está guardando pa vos; yo no sei por que Dios no hizo que seas mi primer hijo, así tal vez tus otros hermanos no haigan muerto…
No me quedó más remedio que cargar con la muerte’n mis espaldas y vivir esperando a que me llegue la hora de rendir mi alma a Dios.
Fuente: Revista Proa Argentina (publicación autorizada)