Publicado en Revista Mirador – Santa Fe – Argentina 30/12/2022
Foto: Solo Literatura
En 1993 te convocan desde Estados Unidos a dictar conferencias sobre literatura argentina. Estuviste durante dos meses recorriendo once universidades. ¿Cómo describirías la literatura argentina de aquel entonces?
Por un lado, ya no puedo recordar con precisión de qué hablé en ese extenso periplo en Estados Unidos. Pero sí estoy seguro de que no fueron conferencias sino más bien charlas de ida y vuelta —preguntas y respuestas— entre los profesores universitarios y yo, pues nunca me gustó discursear ni perorar, y entonces sugerí, y me aceptaron, un formato menos estructurado.
Lo cierto es que nunca se me ocurrió contemplar cómo evolucionaba la literatura argentina de ningún período. En cierto modo me he quedado en el tiempo y, con una que otra excepción, no he leído a los narradores más jóvenes que yo. En mi cabeza estarían, sin duda, quienes me habían causado diversos grados de placer en lecturas juveniles: Jorge Luis Borges, Manuel Mujica Láinez, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Marco Denevi… Quizás me interesó un poquito Roberto Arlt, aunque con muchas reservas: creo que está excesivamente sobrevalorado, sobre todo por quienes consideran que es suficiente padecer de faltas de ortografía para escribir literatura meritoria. Ernesto Sábato pudo impresionarme a mis veinte años, estando yo aún en estado de “lector ingenuo”; pero, cuando pasó cierto tiempo y lo releí, lo encontré bastante cerca del mamarracho histriónico. Otro que me resultó una suerte de muralla hostil fue Eduardo Mallea, tan inverosímil y, al mismo tiempo, desatinado, solemne, palabrero y vanidoso… Sí, sin duda, mis preferidos son los que forman aquel quinteto encabezado por Borges.
A principio de los años 70 tuviste la fortuna de entrevistar al genio de Jorge Luis Borges. ¿Qué recordás de aquel encuentro?
Desde hacía tiempo, de la lectura de Ficciones, primer libro suyo que leí, supongo que hacia 1962, yo me hallaba “perdidamente enamorado” de su obra. Pero, al conversar con él, quedé casi alucinado y al borde del soponcio. Oírlo hablar, con ingenio, con humor, con sapiencia, con rigor sobre los temas repentinos que yo le planteaba, digamos sin aviso previo y sin piedad, y comprobar que para todos él disponía de sólida erudición y de consecuente y precisa exposición me parecía, y sigue pareciéndome, una suma de aptitudes que no creo se encuentren en muchas personas.
Luego vino el encuentro con otro maestro, Adolfo Bioy Casares. ¿Qué resonancias te dejó?
Las circunstancias fueron bastante diferentes. Cuando lo entrevisté a Borges (allá por 1970) yo tendría veintisiete o veintiocho años, era dueño de mucho entusiasmo pero también de mucha inexperiencia. Las entrevistas a Bioy se hicieron en 1988 y se publicaron en 1992. Yo ya había publicado bastante y era un poco más ducho y un poco menos ignorante, y lo cierto es que, como Bioy era tan cordial y simpático, por momentos nuestras charlas se tornaban tan plácidas como una distendida conversación entre amigos, sin que eso significara pérdida alguna de material pertinente y bienvenido para mi trabajo.
Tu novela más conocida es Sanitarios centenarios, editada originalmente en 1979. ¿Cómo definirías a la obra?
No sólo es la más conocida sino la única novela que perpetré. Alcanzó varias ediciones pero, paradójicamente, no siento por ella ninguna simpatía: hay demasiada parodia, excesivas payasadas, un humor a veces burdo… En fin, preferiría no haberla escrito.
En 1994 recibiste el prestigioso premio Konex en Literatura Humor y el Primer Premio de Cuentos otorgado por la Fundación Arcano. ¿Te definirías como un narrador de cuentos?
Exactamente: un narrador de cuentos. Aunque me encanta la poesía de quienes tañen con soltura ese instrumento, carezco de la mínima aptitud poética. En mi lejana juventud intenté componer poesías, pero poco tardé en darme cuenta de que no valían absolutamente nada. Entonces nunca más reincidí en el error, pues no me parece elogiable agregar nuevas fealdades al mundo.
Pero, en cambio, puedo decir, sin jactancia y sin modestia, que los cuentos me salen bastante bien. He tenido la fortuna de publicar un número que excede no poco al centenar. Muchos de ellos han sido publicados no sólo en diversas lenguas occidentales sino también en algunos idiomas del Asia. Sea como fuere, a unos más, a otros menos, pero a casi todos mis cuentos los estimo bastante.
Hablanos de tu época como profesor del Taller Literario en la Escuela Superior de Comercio “Carlos Pellegrini” que depende del rectorado de la Universidad de Buenos Aires. ¿Qué recordás de aquella experiencia docente?
En rigor, no era un taller literario en el sentido de producción de textos. Ésa sería una tarea para la que estoy desprovisto de vocación y de capacidad. En cambio, allí se trataba de leer, comparar, relacionar y comentar —en interrelación con los asistentes— textos varios que yo proponía, elegidos egoístamente entre los de mis autores favoritos. El propósito, muy modesto, era pasar un placentero rato de buenas lecturas, nada más.
Luego de más de cincuenta años dedicado a la literatura, ¿qué autores definís como tus maestros? ¿Qué autores recomendás leer a las nuevas generaciones que desean incursionar en el oficio de la escritura?
Imagino que me tocan las generales de la ley. Yo he aprendido de los excelentes, de los buenos, de los mediocres y de los malos (en este caso, para evitar errores). Y también, sin duda, de aquellos que jamás he leído…
Voy a decir una herejía y una arbitrariedad, pero me importa más decir la verdad que caer simpático: más de cuatro veces he eludido la lectura de ciertos autores simplemente porque no me agradaban sus rostros. Un solo ejemplo: yo estaba, y estoy, seguro de que nada de lo que escribieran Jean-Paul Sartre y/o Simone de Beauvoir podría interesarme; y, en efecto, sigo virgen con respecto a ambos.
Sin embargo, veamos aspectos positivos… Creo, por ejemplo, que los tres primeros tratados de Lazarillo de Tormes constituyen una inigualable obra maestra de la narrativa de todos los tiempos. También he leído unas cuantas veces el Quijote, solazándome en gran medida con los graciosísimos diálogos que mantenían el caballero y el escudero. El Martín Fierro me parece una obra admirablemente mayúscula y sin fin: siempre encuentro en él nuevas sutilezas, nuevas vueltas de tuerca… He gustado de muchísimas novelas de Dickens, y vaya un especial saludo al maravilloso David Copperfield. Asimismo quedé fascinado con Crimen y castigo de Dostoievski.
Y, a veces, miro los lomos de los volúmenes de mi biblioteca, iniciada en mi niñez, y verifico, no sé si con tristeza o con asombro, que he leído de pe a pa libros de los que ahora no puedo recordar una sola palabra.
¡Ah!, y no quiero olvidarme de mi ídolo total: el genial Franz Kafka, autor, entre tantos prodigios, de la novela más perfecta que conozco: El proceso.
Pero, en fin, refiriéndome a la última parte de tu pregunta: creo que lo mejor será que cada uno lea aquello que sienta afín consigo mismo. Un misterioso sendero lo llevará a encontrar lo que necesita según su temperamento.
¿Qué es la literatura para Fernando Sorrentino?
Mi respuesta será repugnantemente frívola y hedónica. La literatura constituye para mí una inagotable fuente de placer. Me gusta leer y me gusta escribir. No he escrito con sangre (imagen hemorrágica con que pretendió asustarnos cierto intelectual “angustiado” y tremendista) sino, según los momentos, he escrito con lápiz, birome, máquina o computadora. No tengo método, no tengo horarios, no tengo prisa, no tengo urgencias, no tengo ambiciones. Escribo cuando tengo ganas y cuando se me ocurre algo que me parezca útil para echar a correr una fabulación interesante. Si, empezada la tarea, veo que no puedo encontrar la forma adecuada, entonces me digo “Éste no era para mí”, abandono la redacción y ¡a otra cosa, mariposa! Si un texto me resulta de ardua escritura, sin duda esa incomodidad terminará por ser trasmitida al lector, que ninguna culpa tiene de la ineptitud del narrador.
¿Estás trabajando en algún libro próximo a publicarse? (en caso que así sea, describí de qué se trata y para cuándo pensás que estaría disponible en las librerías)
No, no estoy trabajando en un libro a medio hacer. Sí, estoy en “la dulce espera” de dos nuevos libros, ya terminados, para el año 2023, uno en Buenos Aires y el otro en Madrid. Pero, respetando una antigua cábala, no anticiparé absolutamente nada. “No hay que cantar victoria antes de gloria”, dice un proverbio, ni que, agrego yo, gritar los goles antes de que la pelota entre en el arco (metáfora especialmente adecuada en mi caso, en mi condición de perseverante hincha del Racing Club de Avellaneda y, por ende, acostumbrado a las frustraciones).
[8741 car.c/esp.]
Agradecemos a Fernando Sorrentino su colaboración.
El autor:
Escritor y profesor de literatura. Ha publicado ensayos, cuentos y entrevistas.
Ha colaborado en los periódicos La Nación y La Prensa, entre otros. Muchos de
sus cuentos han sido traducidos y publicados en más de veinticinco idiomas. Sus
últimos libros de cuentos son Los reyes de la fiesta, y otros cuentos con cierto humor
(2015) y Para defenderse de los escorpiones, y otros cuentos insólitos (2018),
ambos publicados en Madrid por Apache Libros. Autor de Siete conversaciones con
Jorge Luis Borges (1974), cuya más reciente edición es la de la Editorial Losada
(2007).